Es una emoción que surge al percibirse un peligro real o supuesto, presente o futuro, y se deriva de la aversión natural a una amenaza que no se está seguro de poder enfrentar con los recursos de que se dispone. Cuando el miedo funciona como mecanismo adaptativo de supervivencia que permite responder, ante situaciones adversas, con rapidez y eficacia, es normal y sano, al contrario del que no responde a ningún estímulo amenazante, sino que, al surgir de la ignorancia de las propias capacidades, crea una inseguridad que paraliza, infunde ira impotente, propicia actos irreflexivos o provoca la huida.
Sin embargo, la vida nos pone cara a cara con nuestros temores, lo cual es una oportunidad para convertirlos en experiencia positiva, ya que, para ser superado, lo que da miedo debe suceder. Un modo de aproximarnos a saber a qué tememos es preguntándonos qué no nos hemos permitido sentir, qué no deseamos pensar, qué evitamos hacer, qué cosas nos impiden decidirnos a actuar. No podemos condicionar la realidad, sino que esta nos impone su imperio. Por ello, la condición humana es la vulnerabilidad. Aceptarla ayuda a aprender de nuestros temores y a fomentar una sociedad sana en un mudo seguro donde los miedos se pueden vencer.
